(Escrito durante dos o tres madrugadas de la cuarentena)
Tres noches de insomnio de cuatro. Luego sumaré otra más, pero mientras garabateo estas palabras en la libreta que siempre tengo cerca todavía no lo sé. Por suerte no fueron seguidas las noches malas. La semana anterior a la de tres de cuatro también me alteré tontamente el sueño, yendo a dormir tarde, malgastando el tiempo y despreciando el sueño. ¿Pago así mis faltas a la rutina? ¿Me castiga algún reloj venido a dios por no agachar la testuz a su paso?
Madrugada (imploro): No juego a nada, déjame desvanecerme leve y verás como esta vez me comporto. Aprendí la lección. Pero la madrugada, quizá otra divinidad de este altar con una sola feligresa, sabe que he faltado a esta palabra a menudo. Se niega a soltarme fácilmente. Ella juega porque ella puede. Yo me angustio porque tendré que darle explicaciones al día entero, que está a cada vez menos horas de mí.
En otra dimensión, pienso, hay una Natalia que está durmiendo tranquila. La imagino, ignorante de mis paseos mentales, soñando con casas o con agua.
Fiel a una cita que yo no he concertado, el insomnio me lleva de la mano a un ciclo repetitivo pero rápido: duermo, sueño, despierto sobresaltada, pienso, maldigo, vuelvo a dormir, al sueño y al sobresalto. Pierdo la cuenta de cuántas veces, olvido los sueños tan pronto levanto los párpados. Fiel a mí, aunque no siempre está a mi lado, el insomnio tiene algo de implacable y de romántico, como algunos creen que son las verdaderas historias de amor.
Debería levantarme, espabilar. Aprovechar. Ese castigo, esa otra divinidad junto al reloj, a las madrugadas, a la adoración a la creación per se. Ese «haz algo con tu tiempo». Manéjalo. Conviértelo en tu servidor.
Me hablo fatal a veces cuando estoy insomne. O me tengo pena, que es otra manera de tratarme como no me merezco. Lo hago cuando estoy despierta, así que trastocar la vigilia no suele ser mejor. Leí que para el insomnio a veces funciona darle la vuelta a la almohada. Yo cambio de una almohada a otra, cambio de postura, cuento hasta cien pero me aburro en el veintitantos. Curar el insomnio leyendo o escribiendo me funciona, pero estos días tengo demasiada idea disparada cruzándose, mucha agitación mental.
Y quedo suspendida en la claridad que va dejando filtrar la persiana, sé que llega el día y llega una tortura diferente: ya no se trata de estar dormida, ahora necesitaré estar despierta.