El séptimo

El día en que nací.

Este ejercicio está garabateado originalmente a lápiz (como el anterior y otros que seguirán) en un cuaderno, durante mis vacaciones de agosto de 2021 en el pueblo de mi padre.

Iba a escribir que he relatado este día varias veces, pero es mentira. Lo que pasa es que en casa de mis padres hay un trabajo escolar que hice cuando tenía… ¿diez años? Ahora no recuerdo este dato. Pero ese trabajo lo escribí una vez (y a bolígrafo, que para mí era -y es- un signo de madurez) y lo releí luego muchas. Así que recuerdo aquella pequeña biografía con mi redonda y algo irregular letra infantil, donde ya hablé del día en que nació mi persona. En la letra y en la vida he perdido suavidad y he ganado acidez, caos y pido una calma que de niña desconocía. 

Décadas después de aquel trabajo escolar, me cuesta volver a hablar de algo de lo que solo escribí allí. ¿Qué puede añadir la Natalia que soy a lo que escribió aquella niña que fui? ¿Cómo puede ganar en complejidad y calidad literaria una narración que ya entonces, con menos conocimientos y menos herramientas, bucea en recuerdos que no son míos?

Una de la madrugada, 17 del noveno mes de 1979. Quince días después de que mi madre, primeriza, saliese de cuentas. Hay tres cifras solo en mi fecha de nacimiento, se combinan entre sí y yo siempre estaré convencida de que significan algo juntas. Hace poco (ahora hablo desde este 2022) hablé de los talismanes que cada uno elige. Pues eso.

El día que nací debió de ser largo y yo al nacer fui bonita y esperada, aunque resulté ser una y no uno, como mi padre quería. Quería un niño y salió una niña. Sigo llevándole la contraria desde entonces. 

Dormía y duermo poco y sigo sin verle la poesía a eso. Comía fatal pero descubrí luego la verdad en los versos, que no alimentan pero dan paz. Ahora intento perder algo de peso.

Cada uno elige su destino, digan lo que digan los filósofos, y con permiso de la sociedad, los gobiernos y nuestras cuentas corrientes. Yo quiero que mi destino tenga menos ojeras. 

El día que nací, como todos los que nacemos y nacimos, comencé a escribir una historia y así esta página que releo se gestó de algún modo en los minutos posteriores. Sin hacer caso a los filósofos, sociólogos y economistas agoreros, confío ahora en un destino repleto de los recuerdos, míos y de otros, con historias a mi alcance, con páginas y libros y menos ojeras y amigos, más calma, buen vino, verdades, abrazos y menos, como dice mi ahijado, “enamigos”.  

No recuerdo el día que nací porque estaba naciendo.

Natalia Sanguino Escrito por: