De cómo la pérdida

Años. Imágenes. Sueños. Voz.

Cuando alguien muere, perdemos a la vez que recuperamos.

Murió mi abuela Satur, la primera persona que perdí a la que quería (y quizá ya no me acordaba) siendo adulta y sin excusas para no ser consciente de ello. Cuando ocurrió, recuperé el apoyo de mi cabeza sobre sus tetas enormes, en las que me dormía contándome con aliento cálido y en voz baja el cuento de los cabritillas. El de la patita por debajo de la puerta, con el lobo inevitable. Seguro que me contaba más cuentos, pero yo recordé en su momento ése. A oscuras, obligada a dormir la siesta, algo que odiaba. Sigo sin ser muy buena durmiendo siestas, abuela.

Recuperé aquello. Recuperé su canto voz aguda, mirándome desde la terraza de sus ojos pequeños a base de edad. De un golpe tuve 4, 6, 7 años, qué se yo. Vi la gala inaugural de Barcelona’92 (trece años) en el pueblo, donde años antes mi bisabuelo Alfonso me vio bailar sobre una mesa. Tuve manos y besos apretados. Tuve herencia de historias, recuperé una parte de la infancia que dejó olvidada mi adolescencia. Qué ingratitud.

Cuando me enteré, desayunando antes de ir a trabajar, de la muerte de Michael Jackson, recobré horas jugando con mi hermano a videojuegos porque alquilábamos uno de Michael Jackson. Era la Master-system II. Eran noches de luz fuerte, no como las cálidas que coloco en esquinas de casa ahora. Una bombilla sobre nosotros, todo el cuarto de estar y luego el salón, la inversión en muebles, la falta de magia. Donde dije magia quiero decir dinero.

Es fácil pedir el permanente carpe diem, la apuesta por los ojos abiertos, pero el paseo por la memoria diario es imposible. Sin embargo, tengo recuperados recuerdos, olores, sensaciones. Y años, imágenes, sueños, voz. Y no se van. Me hacen mejor, espero.

Cuando alguien muere, de alguna manera, recuperamos.

Natalia Sanguino Escrito por: