Diez años después
Imagínatelo aunque me cueste.
Me estaba esperando. Imagínatelo. Envuelta yo en un enorme y cálido chal naranja con flecos, con anchos pantalones que se bambolean delante de nuestro punto de vista, avanzan los figurados ojos detrás de los dos gemelos (de las piernas, digo) que son rodeados y amablemente golpeados (pap, pap, pap) por el pantalón de caída exquisita.
– Siempre hemos tenido clase – me digo.
– Bueno… – titubeo. Escuchamos un bostezo y mis pasos se detienen a unos cuatro metros de la otra mujer, una chica, alguien que tardará años en reconocerse como mujer, como adulta.
– ¿No crees que siempre hemos tenido clase?
– ¿Tú te has visto?
La joven (mujer, aunque ella no se atreva a definirse así) viste un ancho pantalón y un top corto. Como la Spice deportista si se tropezase con un trocito de armario de la Spice elegante. Yo ya no visto así, no estoy tan flaca.
– ¿Y si lo estuvieras?
– Ostia, claro, que sabes…
– Llevo metida ahí dentro – gesto de cabeza a cabeza – más tiempo que tú.
– ¿No sería al revés? ¿No sería yo, por ser la mayor, la que más tiempo lleva siendo yo?
– Del existencialismo tendremos que salir en algún momento, por favor.
No me gusta quedar conmigo. No siempre. A veces me gusta verme, reencontrarme en las imágenes, en el recuerdo que los otros tienen de nuestras historietas y anécdotas conjuntas, en mi propio recuerdo. Me gusta a veces porque me doy cuenta de cuánto y cómo brillaba. Y de lo guapa que era y lo poco que me quería. Por eso no me gusta quedar conmigo, porque tengo la sensación de que tendría que estar pidiéndome perdón otros diez años, hasta el siguiente reencuentro.
– Bueno, venga, va, dime… ¿Qué tienes que contarme desde ese futuro en el que tú estás?
– Natalia… Confía, descansa, vive.
– ¿Solo eso?
– Es más difícil de lo que parece. Y sigue mirándote en todos los reflejos, sin miedo, ¿vale? Analiza lo que quieras pero, por favor, necesito que estés a tu favor siempre.
– Con los años me he vuelto más pesada.
– Eso es genético.
– ¿Escribo mejor?
– Escribes más. Como lectora, la pena es que no volverás a descubrir a Fernando Pessoa ni a Saramago.
– ¿Y de tíos, cómo va la cosa?
– Es que no nos quiero deprimir.
– Joder, ¿algo que no deba perderme?
– Grecia.
– ¿Me seguirán gustando los atardeceres o es la típica tontería de treinteañera con ínfulas de poeta?
– También descubrirás los amaneceres. Ah, y duerme más, que mira las ojeras que traigo. No hay forma.
– Vale. ¿Te puedo decir algo yo a ti?
– ¿Desde los 30? Sí, venga, vale.
– Que no te olvides de quiénes somos. Y no sé en qué te habrás metido, pero estoy orgullosa de ti.
– Me gusta ver que seguimos siendo honestas cuando nos tenemos frente a frente.
(Es importante repetirse ciertas cosas hasta creérselas)