Te echo de menos. Una vez escribí un poema que empezaba así, pero en un alarde de ingenio puse “hecho”, con hache, para jugar con las palabras. No repetiré el truco aquí porque escribo esto para mí y yo ya me lo sé.
Te echo de menos: a quien pudiste ser un destino, un refugio y un hogar, pero te perdiste en largos pasillos. Te echo de menos porque fuiste esperanza, confianza, descubrimiento, ilusión, emoción, miedo, bla, bla, bla, ganas, bla, bla, bla, promesas. Y la mayoría nos estamos quedando en promesa de algo. O somos solo lo que contamos que queremos ser a la tercera copa de vino.
Te echo de menos: a la que fuiste mi compañera de piso tantos años, Luna lunar. Cuánto espacio, cuánto tiempo llenaban tus seis kilos y cuánto te sigo echando en falta. Cuánto me faltas. A veces te imagino caminando a mi lado, con la tripa peluda blanca bamboleante, con los ligeros saltos que componían tu elegancia felina.
Te echo de menos: en algunas cosas, vida de antes. Pero no en todas y me siento afortunada porque creo que eso significa que he aprendido, que he crecido. Que vivo, sigo, estoy, bla, bla, bla. Y que al menos. Bla.
Te echo de menos, fe en mí. Te echo de menos, futuro literario lleno de posibilidades cada día más borroso, con más neblina, con menos promesa y más certeza gris.
Te echo de menos, piso en el Ensanche Sur de Alcorcen. Nunca te tuve pero tengo curiosidad por saber cómo sería si me hubiese quedado contigo. Qué sería diferente, qué habría cambiado.
Te echo de menos, alegría sin motivo.
Te echo de menos, confianza, disfrute.
Te echo de menos, teletrabajo, te echo de menos como si fueras un amigo.
Te echo de menos, le digo al domingo que se escapa mientras escribo.
Te echo de menos a veces a ti también, Natalia que quiero ser.
Ójala le hubiera hecho de menos… Porque confieso que le echo mucho de menos.
Me encanta, como siempre, Natalia.
Muchas gracias, Mar. Echar de menos es un dolor sordo, de fondo, pero a veces tan intenso… Mucha fuerza y un abrazo grande,
Natalia