Escribe una carta a tu mejor amigo/amiga
Estoy por el centro buscando gente a la que entrevistar. Pregunto a un kiosquero que me dice de malos modos que no quiere saber nada de prensa ni periodistas: “Fíjate si me caéis mal, niña, que lo que hago con los periódicos es venderlos”. Ríe entre dientes. Sonrío con desprecio y desgana y al girarme me topo con una postal de la Gran Vía de Madrid. Nunca he enviado una postal de Madrid. Nunca es tarde. Como el tipo es un imbécil y está atendiendo a unos turistas ahora, le robo la postal en un descuido. Y sigo buscando incautos. Estupidez de reportaje el mío: ¿quién es tu mejor amigo?
“Nada más entrar en casa enciendo la televisión. No soporto llegar al apartamento y, aparte de ver las sombras naranjas que la ciudad arroja sobre sus paredes, no soporto no escuchar a nadie. No ver a nadie. No hay perro que me ladre ni teléfono que me llame, así que para evitar la angustia, para huir del desasosiego, pongo la televisión. Al principio traté de quitarme la costumbre. Los primeros días, después de que él se fuera, me quitaba la culpa de encima pensando “tengo que darme margen, no puedo hacerlo todo bien a la primera”. Más adelante pasó a ser un propósito de año nuevo: “tengo que disfrutar del silencio en casa, no dejarme arrastrar por la televisión y por su ruido de fondo, no pasa nada”. Así que… ¿una carta a mi mejor amiga? La televisión sería su destinataria”.
“Las cortinas de mi casa, que tienen enganchones de las veces que el viento las empuja contra los picos de los marcos de las ventanas, ellas, que evitan miradas indiscretas cuando lloro o cuando río, cuando recibo a alguien en casa con quien me da vergüenza que me vean en público, ellas, que me aíslan del frío y del sol cruel de agosto en Madrid. Ellas son mis mejores amigas. No necesito enviarles cartas. Lo saben porque me rodean”.
“Le enviaría una carta a mi perro, pero no sabe leer. Mírale, ¿a que es guapo?”
“Las paredes están llenas de imperfecciones porque a veces pinto con boli en el gotelé, pero la culpa es de mi madre, que no quiere quitarlo porque dice que no hace falta pintar la casa. Mi habitación está llena de pintadas, pequeñas, hago constelaciones con bolígrafos de diferentes colores que le quito a mi hermana. Pero me guarda todos los secretos y me deja aislarme, en ella nadie me molesta. Mi habitación es la mejor amiga posible”.
“Mastico el aire que hay en mi boca y lo mezclo con la saliva para disimular el hambre, camuflo la soledad mirándome al espejo y sacándome fotos donde voy probando filtros, posturas, salgo con una ropa que luego no me pongo en la calle, pero da igual. La gente me dice que le gusta y eso me basta. ¿Que si son ellos mis mejores amigos? No, no. El espejo es mi mejor amigo, mi aliado. Ten siempre a un espejo de tu lado. Y este consejo no te lo cobro”.
“A mi edad ya no hay de eso, niña, ¿mejores amigos? Están todos muertos o a punto”.
Me duelen los pies y siento que todo el mundo se ríe de mí. Entro en una cafetería y me siento a una mesa de imitación de mármol, de superficie muy fría, en la que el camarero pone un café muy caliente. Saco la postal de Madrid y un bolígrafo:
“Querido Consejo de Gobierno, para vosotros es esta carta escrita a ráfagas y construida a la inversa.
A diferencia de los desamparados de arriba, yo no podría hablar solo de una persona, solo de un mejor amigo o una mejor amiga. Y vaya, qué bien. A disfrutar de mi soledad he aprendido, claro, sola. Me manejo mal en las obviedades. Pero saber que estáis al otro lado ayuda a no sentir angustia.
A un mejor amigo no se le escriben cartas: se le llama, se le abraza y se le dice gracias”.
Y ahora a ver qué le vendo al gilipollas de mi jefe. Ése sí que se merece una carta, pero anónima.