El 93º de los 101

Mi metamorfosis

Anoche me acosté cansada, pero joder, hoy es que no puedo ni moverme. Intento girar la cabeza pero no puedo, no sé por qué no me responde ningún músculo de mi cuerpo, como si fuera un bloque. Intento girarme, nada. Intento arrastrarme al menos para salir de la cama, nada. Caigo entonces en la cuenta de que no estoy en mi cama, esta luz no es normal. Sobre mí hay lámparas incrustadas en el techo, blancas, redondas, dan una luz terrible. Poco a poco soy consciente del ruido a mi alrededor. Hay sonidos como de vajilla chocando, oigo un grifo correr a cada tanto, gente que habla, gente que pasa a mi lado. ¿No me ven? ¿Estoy tumbada, aquí, sin poder moverme, y no me ayudan? Estoy tan alterada que no noto ni mi corazón latir, ¿no dicen los malos narradores que debería estar a punto de salirse del pecho? ¿No he escrito yo misma esto unas páginas más hacia atrás? (Queda más novelesco esto que decir que lo redacté en otro documento aparte que debió haber sido publicado hace no sé cuánto) 

Da igual, necesito centrarme. Veo, porque descubro que tengo una visión de 180 grados perfecta, que estoy a la altura de la entrepierna de la gente. Veo un par de braguetas abiertas que pasan, veo un par de pantalones de pana, ¿se vuelve a llevar la pana? Socialistes todes, me encanta. La pana nos unifica, clase obrera panera. Lo cual me lleva a pensar que es raro que no tenga hambre porque ayer cené poco y compré un pan buenísimo pensando en el desayuno. ¿Cómo es que yo no tengo hambre? ¿Por qué no puedo parpadear? Qué angustia me está entrando. 

Conforme echo de menos mi corazón, que parece haber dejado de latir en absoluto, según mi consciencia me susurra “tampoco se te está acelerando la respiración porque, chica, no respiras”, veo que un cigarro se acerca a mí. Intento gritar de pánico, ¡están acercando el cigarro a mi cara! ¡Es una tortura, qué es esto! El dueño del cigarro lleva también un pantalón vaquero bastante desgastado. Deposita con uno, dos, tres golpecitos su ceniza sobre mí. 

Soy un cenicero. 

Vaya.

Esto no me lo esperaba. Bueno, al menos, pienso, soy un cenicero de bar, conoceré gente. Fijo que no me aburro. Y me dejarán descansar unas horas al día. Una mano me aparta y noto entonces mi peso trasladarse de un lado a otro de la mesa. Por la forma en que la persona me mueve y el sonido que hago al verme arrastrada, sé que soy un cenicero grande y de vidrio. Toma ya. Por fin me olvido de si engordo o adelgazo. Soy robusta, punto. 

Me decía mi ex que soy dura como una roca, que no hay quien me ablande.

Me decía mi madre que todo el mundo se consume conmigo, que no hay quien me aguante.

Me decía mi mejor amiga que tengo que dejar de ir por ahí permitiendo que todo el mundo me suelte sus mierdas y se vaya. 

Me lavarán con estropajo y seguiré teniendo manchas de ceniza. Como cuando sufres: poso queda. 

Me utilizarán, bromeando, para amenazarse entre amigos con abrirse la cabeza. Cuando mis padres se divorciaron, también serví de arma arrojadiza.

Me dañarán, sin querer, cuando de algún golpe salte una esquirla de vidrio. Gritarán al niño que se acerca a recogerla para que no se corte. Será mi nueva forma de llorar a solas.

Natalia Sanguino Escrito por: