El 94º de los 101

De la mañana a la noche cambias de vida radicalmente

Vi que entraba un mensajero con flores y me sorprendió: normalmente a esta oficina no suelen llegar muchos ramos de flores. Glovo, Zara, Amazon. Esos logos sí suelo verlos en los paquetes que cargan los chavales. Unos maleducados que parece que no tienen tiempo ni para quitarse el casco, da igual que sea de bici que de moto. De pequeño a mí me enseñaron que si entras en cualquier sitio te descubres la cabeza. 

Entró entonces Pilar a mi despacho. Llevo con ella, ¿qué, veinte años trabajando codo con codo? Mi sombra es Pilar, menuda. Pero a ella la he respetado, no hay que mezclar cosas. Pilar es mi secretaria y punto. Y además conoce a mi mujer y a los niños. Bueno, los niños. Me sacan una cabeza ya los putos niños. 

– Qué pasa, ¿son para mí las flores? – Y río.

– Señor Rosales – me dice ella, a cambio, un poco seria, ¿o está nerviosa?

Mi cara obedece a la suya y borro la sonrisa. 

Deja sobre la mesa las flores y un paquete, tiene pinta de ser un libro. Se aleja. Miro la tarjeta, que sin duda ya ha leído ella, y veo la firma. “Laura”. ¿Y esta puta, qué quiere ahora? 

Abro el envoltorio para descubrir dentro un libro sobre el acoso. Sobre el acoso. Mi corazón se acelera. Macho, pienso, no es el momento de que me des un infarto ahora, no me jodas. Tiro las flores a la basura y leo la dedicatoria del libro. No sé qué de una batalla y estar en otra guerra. Esta chavala siempre fue tonta. 

Días más tarde, empiezo a hojear el libro. 

Días después, comienzo a leerlo. Mi ego quiere saber cómo me veo reflejado. La descripción física que hace de mí me duele. 

Leo el libro a lo largo de los descansos que tomo en mi despacho, antes para dormir pequeñas siestas, ahora son los que uso para la literatura. Si mi mujer supiera… 

Desde que Laura se fue, las otras mujeres de la oficina me evitan. Lo noto. Juraría que hasta Pilar me mira distinto. Bueno. Que quede claro que yo aquí no soy el malo, ¿eh? Si la chavala venía medio en bolas y, teniendo novio, se folló a todo el que quiso… ¿Qué hago yo, cuál es mi opción?

Unas semanas después, porque leo lento, termino el libro. Lo tiro a la basura. Me molesto en bajar en el ascensor, cruzar la calle y arrojar en el contenedor de reciclaje el libro, su dedicatoria, aquel pasado. Menuda estúpida. ¿Qué le pedía yo, qué podía ofrecerme ella? Salía ella ganando.

Pasan varios días y no termino de encontrarme bien. No olvido el libro, no me gusta cómo me retrata. Le pido a Pilar, en confianza, que me busque un psicólogo, pero un psicólogo, no un loquero. No quiero pastillas, quiero… Respuestas. Algunas las he obtenido sin querer, como cuando le pregunté a mi mujer si me consideraba machista o algo. “Bueno, un poco sí”. “¿Soy un poco machista? Yo es que creo que a mí el mundo no me entiende”. “Cariño, te entendía, hace años el mundo te entendía. Ahora ya no. Y mira, ya que sacas el tema, te diré que no me gusta cómo le hablas a los niños de las chicas, no es buen ejemplo”. 

“Hijo, ¿tú crees que soy machista?”, “joder, papá, pues claro, mucho”.

¿Esto es ser machista? ¿Disfrutar es ser machista? 

El psicólogo me recomienda ir a una terapia feminista. Le digo que con locas del coño yo no trato y él sonríe benévolo e insiste. Se ofrece a acompañarme a alguna sesión si estoy más tranquilo. Cuando estamos a punto de entrar a la sala me dice “no es irónico que un tiarrón como tú se sienta desprotegido por estar en la misma habitación solo con mujeres, ¿qué temes?”

Una mañana llegaron un ramo de flores y un libro a mi despacho.

Dos años más tarde, salí del despacho y reuní a todos mis trabajadores. Era un ejercicio que me encargó el psicólogo. Les pedí perdón a las mujeres que pudiera haber violentado con mi conducta o mi actitud. En otro ejercicio, le confesé a mi mujer que estaba yendo al psicólogo y a una terapia. 

He seguido acostándome con otras mujeres, pero ya prostitutas, que no haya relación laboral o personal ni nada de por medio. Solo dinero. He cambiado. Como le digo a mis hijos “a las mujeres se las respeta”. De verdad quiero que no se parezcan a mí. Cómo me alegro de no haber tenido hijas.

Natalia Sanguino Escrito por: