El 96º de los 101

El vídeo de mi vida

Me acerco al salón con la funda del DVD en la mano. Miro la hora y calculo que a los obreros aún les queda un rato para volver y seguir pintando. Como cargo el ordenador portátil a todas partes, lo enciendo para ver en él el vídeo. “Instrucciones especiales”. Ay, abuela. Sé que voy a llorar si te vuelvo a ver, si apareces en la pantalla con esa voz fina, aguda pero no molesta, con tu risa tintineante. De repente recuerdo tus manos arrugadas y moteadas palmeando las mías cuando decíamos alguna tontería. Ay, abuela, que me doy cuenta de que me queda mucho luto por pasar. 

Mientras los ojos se me llenan de lágrimas y éstas empiezan a caer, obedientes y ordenadas, por las mejillas, saco el disco de la funda y entonces cae un papel que no había visto antes. Lo desdoblo y ahí está tu letra inconfundible. “Cariño, no te asustes, en este vídeo está registrada toda tu vida. Sí, como lo lees, tu vida de principio a fin. Eres libre de poder verla o de destruirla. Te explico todo al inicio del vídeo. Detén la grabación cuando lo necesites. Te aconsejo verlo a solas. Abre una botella de albariño a mi salud, por nuestras noches de televisión juntas, ¿lo haces por mí? Tu abuela, que te quiere siempre”.

Releo la nota, incrédula. “Cariño, no te asustes”, parpadeo solo al final de la misma, “que te quiere siempre”. Mi mano derecha sujeta el papel y la izquierda se abre en un gesto de incomprensión. ¿Mi vida en un vídeo? ¿Cómo que mi vida…? No podían ser grabaciones caseras porque en casa nunca hubo videocámaras ni fuimos de esas familias que de todo dejan constancia. No, eso no… ¿Cómo que mi vida?

El resto del día lo pasé en un estado vegetativo por dentro. Por fuera, hice mis gestiones, ayudé a los pintores en lo que pude, aproveché bien el día que había pedido libre en el trabajo, pero estaba deseando que acabara para que todos se fueran y quedarme a solas con el ordenador, el vídeo y mi abuela. No pensaba ver lo que fuera que apareciese allí en mi piso compartido, del que aún no había podido irme. No, aquello era entre mi abuela y yo.

Había comprado una botella de vino y había comprado un sacacorchos que me esperaban en la cocina. Cogí un vaso cualquiera del aparador (decidí quedarme con todo lo que pudiera aprovechar de su casa, le tenía mucho cariño a todos sus objetos cotidianos, vasos, platos, fuentes de horno… Tantos recuerdos de mi infancia tenían el sabor de esos platos, de la leche con el Nesquick bien fría en verano) y eché vino. Fui al salón y suspiré. Miré a la fotografía enmarcada de mi abuela de joven, la que también había decidido quedarme, desde la que ella me miraba en blanco y negro sonriente, con los ojos brillantes, con el pelo revuelto por el viento. Creo que fue la primera vez que vio el mar cuando le hizo mi abuelo esa foto. Le dediqué el primer sorbo del vino a la foto y metí el disco en el ordenador.

Como me temía, mi abuela apareció en pantalla y con ella comencé a llorar, mordiéndome el labio de abajo mientras notaba que enrojecían mis mejillas empapadas por la emoción. 

“Mi niña, ¿cómo estás? Yo, muerta, supongo, si me estás viendo ahora… Pero bueno, piensa que aquí sigo viva, mira. El gato del experimento ése, el de la caja ésa que me comentaba siempre tu primo Pucho. Madre mía, qué tonto es el pobre, y qué pesado”.

Aquí me reí mientras me secaba las lágrimas.

“El caso es que estoy aquí para explicarte algo que quiero que sepas. ¿Recuerdas que siempre decíamos que el abuelo era científico y que trabajaba en un laboratorio? ¿Sí, verdad? Pues no era un laboratorio normal. Los experimentos de tu abuelo eran así, verás: diseñó un sistema de realidad paralela desde la cual observar nuestro mundo, no sé yo explicártelo mejor, no estaba previsto que tu pobre abuelo se nos fuera tan pronto, pero chica… El caso es que él, desde ese sistema, podía acelerar o relanzar el tiempo como quisiera. El muy sinvergüenza, nuestro primer beso, lo ralentizó, ¡por días! Él se iba a su laboratorio, hacía sus cálculos e iba a la parte del tiempo que quisiera. Era un trabajo muy delicado, mucho… Que mantenían en secreto porque imagina si esto cae en manos de un ejército o de una empresa, ¡la que podrían liar! Él y sus compañeros trabajaban para las academias de Historia y las de Lengua. Para que los historiadores pudieran ir a comprobar ciertas cosas a partes de la historia pasada, y los lingüistas pudieran saber bien de dónde procede tal palabra o cómo se llegó a tal expresión. Nada, tu abuelo siempre tuvo poca visión empresarial. 

Ojo, que gracias a eso logró los grabados de Goya y las primeras ediciones de Rulfo y García Márquez que habrás encontrado en la caja fuerte, para que veas. Que los grabados fue porque descubrió que en el piso, por donde estaba, es donde vivió Goya cuando pintó las pinturas negras, cuando fue exiliado de la Corte. Y entonces volvió para atrás en el sistema ése y se metió en su casa una noche y mira. Y lo otro… Pues fue para enamorarme, porque sabía que me encantaban los dos libros y me los regaló en dos aniversarios. Bueno, a lo que iba, que me pierdo. Pesada soy, coñe, parezco el Pucho.

El caso es que en una de las investigaciones sobre el tiempo, sobre cómo ver el tiempo desde otro lugar, descubrieron él y sus colegas que se podía grabar la vida de una persona. Como lo oyes, sí, como si fuese un programa de televisión, visto desde los ojos de las personas que te quieren. Visto desde tus muñecos de niña, porque ellos, aunque objetos, te querían. Visto desde el cabecero de tu cama, desde las láminas que enmarcaste con tanto cariño porque las compramos juntas en un mercadillo, donde nos hicieron unas caricaturas. Así que aquí tienes tu vida. Puedes verla. Pero ojo, ten en cuenta que está tu vida entera, puesto que el tiempo es diferente en esa realidad paralela, así que el sistema pudo registrar lo que tú crees que aún no ha ocurrido. Puedes avanzar o retroceder, puedes ir rápido o despacio. Puedes revivir momentos de tu vida en los que hayas sido muy feliz. 

La idea que tenía tu abuelo era la de haceros un deuvedé a cada nieto, pero como se nos fue tan pronto… Si él hubiera tenido el vídeo, igual hubiera mirado antes de cruzar, ¿verdad, mi niña? En fin, aquí te dejo el vídeo, en cuanto yo me calle, arrancará. Puedes empezar a verlo y dejarlo para otra ocasión. Está resumido, no vayas a creer que vas a tardar treinta años ahora en verlo, solo los momentos estelares de mi nieta favorita. Mi sonrisa se despide, mi niña. Disfruta de tu vida”.

La pantalla quedó en negro. 

Me quedo mirando la pantalla varios segundos y subo el volumen por si sonaba algo que yo no hubiera escuchado. ¿Quizá esto era porque estaba en la barriga de mi madre? He dejado de llorar por el impacto de lo que mi abuela ha desvelado. 

Y vuelve a aparecer mi abuela en pantalla. Riéndose con ganas. “Ay, si es que por eso te quiero, ¿a que te has quedado esperando para ver qué pasaba? No, cariño, no, cómo va tu abuelo a trabajar en nada raro… Científico, sí, pero de los normales. Qué realidades paralelas, ay, qué risa… El caso es que si sigues aquí es porque te has atrevido, has querido ver, muy bien, ¡muy bien, de verdad! Pero ahora no creas que tu vida está escrita en ninguna parte. La escribes tú. Yo pongo la casa. Disfruta, mi amor, por los que ya no estamos, ¡vive!”.

Entre lágrimas y risas, negando con la cabeza, apuro el vaso de vino y voy a por otro en la cocina, donde sigo riendo y llorando.

Al otro lado de la realidad, un espíritu le dice a otro: “Te dije que se iba a atrever”. “Joder, Manuela, es que se lo has pintado genial, siempre supe que eras buena contando historias”. “Mejor que tú cruzando, seguro”.

La risa de ella tintineó en varias estrellas fugaces.

Natalia Sanguino Escrito por: