El 97º de los 101

La pequeña Cristina no es dulce ni alegre ni coqueta. La pequeña Cristina, pese a lo que este inicio insinúa, tampoco es pizpireta. Su tamaño medio la hace normal, no pequeña. Pero sus ojos son enormes, tan grandes, universales de tan abiertos. Y es que su voz es infantil, aguda y tintineante. Y su actitud simpática, fingida y alocada. ¿Acaso no queríais adjetivos y no son los que ofrezco sencillos, directos, emotivos, perfectos? ¿A qué viene ahora este atrevido mirar de reojo a los fallos enormes de mi prosa manida?

La pequeña Cristina deja caer sobre ella el agua fría, cristalina, arropa gorriones sedientos con su presencia perenne, segura, orgullosa, permite la vida bulliciosa, alegre pero también melancólica. Todo a su alrededor.

La pequeña Cristina es una piedra marrón clarito con dos manchas que semejan ojos. Se cayó de la mano pegajosa, sucia y regordeta de un niño que la atesoraba.

El niño llamó, cariñoso, a la redonda y perfecta piedra (por simple) así, Cristina. Cada día, fuera luminoso o gris, ventoso, lluvioso e incluso el nevado domingo aquel que tiño de blanco la plaza, el niño de ojos almendrados y alborotado pelo negro, el niño de ideas fantásticas ensortijadas a sus pocos años como las cuentas de un rosario, esa criatura se asomaba a su fuente favorita y murmuraba, tímido pero con voz clara: mi pequeña Cristina, ¿estás bien?

Cómo no estar bien, si me abrazan todos los adjetivos que aún no sabes, le respondía ella desde este corto cuento de obligado y gozoso cumplimiento.

Natalia Sanguino Escrito por: