El 100º de los 101

Desde los estantes que rodean su televisor nos observan los ojos de mi hermano desde diferentes épocas. Juegan con la luz del atardecer las medallas y las copas, pulcramente colgadas y ordenadas, lanzando destellos contra la pared de enfrente según la hora, según la época del año, según el sol decida romper las nubes o esté demasiado perezoso como para asomarse.

Entre él y yo median unos 60 centímetros de sofá, tela gris y áspera que no le gusta. De vez en cuando pasa la mano por ella y chasquea la lengua con fastidio. En esos 60 centímetros, enfrente, una mesita baja nos ofrece una tarta con tres velas rojas: uno, cero y cero sobre una sencilla construcción de bizcocho y nata con guindas alrededor.

– Siempre me gusta venir aquí para verte ahí, triunfador, triunfando.

– Cuando triunfaba, eso ya pasó.

Solamente hay fotos suyas en podios, al finalizar carreras, con sus diferentes bicicletas, concediendo entrevistas rodeado de gente. Mi hermano siempre estuvo rodeado de gente. Hoy cumple cien años y soy el único que ha venido a verle. 

– ¿No vas a abrir el regalo que te he traído?

– ¿Qué es?

– ¿Es un regalo, hombre, te lo he comprado yo, yo he ido a la tienda solo, eh? 

– ¿Qué mérito tiene ir a la tienda? 

– ¿Tú vas a comprar a las tiendas?

– Yo tengo cien años, tú tienes noventa, tú tienes edad de ir a tiendas, yo no. Somos viejos los dos pero tú eres menos viejo.

– Vale.

No abre el regalo y sospecho que le pedirá a la mujer que viene a limpiar su casa que lo tire cuando venga. Bueno, tampoco me esmeré mucho en elegir el jersey, pero lástima de 40 euros que me dejé en la mercería. No le diré esto. No le preguntaré por sus hijos, que dejaron poco a poco la relación con su padre al morir su madre. No le preguntaré por sus hijos porque ellos me llaman cada semana y nos vemos en los cumpleaños, navidades y me invitan a pasar con ellos unos días en verano cuando van a la playa. El tito no ha dejado de ser el tito y su padre siempre fue su padre. 

– ¿Y te ha llamado mucha gente?

– ¿Para qué? ¿Por seguir vivo con cien años?

– Es una cifra muy bonita, los cien.

– Ya me lo dirás cuando llegues. Si llegas.

Los risueños ojos que mi hermano tenía a los 20, a los 25, a los 27, son testigos desde las fotografías de las conversaciones escuetas y densas que mantenemos ahora. No hay fotos de su mujer, mi cuñada, Claudia, ni de los hijos, tres chavales estupendos. No hay fotos mías ni de nuestros padres. Todo es Andrés, el que lo ganó todo de los 23 a los 35. El que reinó y se retiró antes del declive. El que no sonríe ni perdona.

– Bueno, pues me voy a marchar, ¿eh?

Decido que diez minutos de situación forzosa son suficientes. Ya no espero nada, hace décadas dejé de esperarlo. Costó soltar a mi hermano mayor, pero lo hice y viví mejor desde entonces. 

– Venga, vale, pues que vaya bien, hermano. Y felicidades a ti también.

Ese “hermano” es toda la cercanía que se permite conmigo, junto a un abrazo con palmaditas en la espalda, como hacía cuando corríamos juntos. Compartimos cumpleaños. Mi madre le tuvo a él y diez años después me tuvo a mí, en el mismo día, para regocijo y festejo de toda la familia (mira que nos gustan las casualidades a los seres humanos), cuando ya creía que no iba a volver a quedarse embarazada.

Bajo y cruzo la calle. Me espera en el coche mi hija, Julia.

– Papa, ¿listo para tu celebración?

– Venga.

– Ni le has propuesto al tío que venga, ¿no?

– Para qué.

– Esa respuesta te ha quedado muy suya.

Sonreímos con cierta tristeza, ella arranca el coche y vamos al restaurante. 

Conforme entro, apenas veo a nadie conocido. 

– Es en la planta de arriba, te toca subir algunos escalones.

Hago un gesto de fastidio, en broma, y subo. Al llegar al salón, lo primero que veo es mi vieja bici, con la que gané aquel año glorioso todo lo posible, todas las carreras que disputé las cerré con podio, y solo tenía 25 años. Los ojos se me encharcan y comienzo a ver al resto de mis hijos, a mis nietos, a mis sobrinos, a amigos, a compañeros de equipo, varios con bastón, dos en silla de ruedas, con ellos están sus mujeres, en mejor forma que ellos pese a que la mayoría jamás hicieron deporte como tal. Sonrío y lloro y me abrazan. En el centro de la mesa me señalan la tarta: es un enorme pastel de nata y fresas, mi favorito, y la cubierta es la primera plana de un periódico deportivo de hace 65 años: 

“Marcos Mulliedo arrebata a su hermano la posibilidad de hacer historia con un sexto Tour de Francia”

Natalia Sanguino Escrito por: